Texto por Alberto F.
El pasado 11 de Agosto la comunidad del graffiti internacional recibió una trágica noticia. Durante la madrugada de ese día, Israel Hernández, alias Reefa, un joven escritor de 18 años, fallecía como consecuencia de una parada cardíaca producida al ser detenido por la policía de Miami. Las fuentes indican que, tras ser sorprendido pintando un establecimiento abandonado de la firma McDonalds y, después de un larga persecución por varias propiedades privadas, el joven recibió un disparo en el pecho con un taser, cuya descarga sería mortal. Los amigos que acompañaban a Hernández mientras éste pintaba, declaran haber sido testigos de las jactancias por parte de los agentes de policía después de derribar al muchacho.
Sin ánimo de utilizar tan triste noticia para emitir un juicio de valor a la ligera, es oportuno realizar una reflexión derivada del desafortunado suceso.
La práctica del graffiti, por las características intrínsecas de sus localizaciones y su condición de ilegal, suele poner en riesgo la seguridad de las personas que lo ejercen. Por supuesto, estos factores son decisivos dentro de la valoración del mérito en este juego y sus participantes deben ser conscientes de los peligros a los que se exponen, a la vez que consecuentes con sus resultados. Sin embargo, cuando el riesgo de la integridad física no es fruto de la elección personal del propio individuo, sino que viene producido por agentes externos, no podemos exigir una resignación ante las consecuencias. Lejos de hablar sobre la actitud descarnada de los agentes y de la desproporción de sus actos, me parece interesante abordar el tema de la relación entre la policía y el graffiti.
‘Israel‘ por Jurne
En todos los países occidentalizados, en donde el respeto por la propiedad privada está por encima del respeto hacia las personas, el graffiti constituye el nivel mas bajo de delincuencia. Nivel bajo, pero delincuencia al fin y al cabo. Esto quiere decir que, por un lado las consecuencias legales de pintar graffiti son más leves que en otro tipo de delitos, lógicamente. Pero por otro lado, un escritor puede ser tratado de la misma forma que se trata a un asesino o a un violador durante su detención: sólo dependerá del criterio subjetivo de los agentes que se vean involucrados en el proceso.
A su vez, los escritores de graffiti suelen ser perseguidos por el nivel más raso de las fuerzas del orden: vigilantes de seguridad y patrullas de policías; puestos de trabajo susceptibles de ser ocupados por gente sin interés vocacional y motivación profesional a la altura de sus responsabilidades.
Llegados a este punto podemos ver la imagen del escritor de graffiti y la del agente del orden como una antítesis perfecta. El agente de policía sin vocación es el último eslabón del brazo ejecutor del monopolio de la violencia y su figura representa al poder del estado frente a los ciudadanos. Se encarga de recordar las prohibiciones y reprimir. Su comportamiento y su raciocinio se ciñen a las leyes del estado. Por que es su trabajo y le pagan por ello.
Por el contrario el escritor de graffiti pinta por que quiere. Es el eslabón menos dañino de entre los que viven fuera de la ley y su figura representa la libertad del individuo. Nos recuerda que cualquier persona es capaz de llevar a cabo grandes hazañas. Las acciones del escritor de graffiti están fuera de la ética, hace lo que quiere, sin normas y sin interés ni beneficio.. Es precisamente este último aspecto el que le diferencia del resto de delincuentes, y el que hace del graffiti un crimen romántico que debería ser asimilado por las autoridades de forma diferente al resto de conductas ilegales. Pero no podemos olvidar en qué tipo de sociedad vivimos: una sociedad en la que, técnicamente, se mata legalmente a alguien por pintar el establecimiento abandonado de una multinacional. No podemos olvidar a Israel.
Pieza por Kuanto, metro de Viena, 2009.
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