por Alberto F.
“Graffiti abstracto” es un concepto a priori contradictorio, al menos, en lo que se refiere a la pintura mural. En el momento en el que una representación, pintada con spray en una pared, abandona las letras como pauta creativa, pierde automáticamente su etiqueta de graffiti para pasar a ser considerado arte urbano o muralismo. Sin embargo, durante los últimos años hemos visto aparecer una serie de actuantes que consiguen balancearse a través del afilado filo que separa tajantemente los dos conceptos. Son los escritores de graffiti abstractos y su interesante trabajo es digno de examen.
Nos gusta pensar que la abstracción en las manifestaciones artísticas urbanas es un concepto muy novedoso, pero lo cierto es que existe desde los inicios mismos del graffiti. Recordad si no el legendario wholecar de Futura 2000 pintado de 1980, un vagón entero cubierto de pintura que, en pleno apogeo de la guerra de estilos neoyorquina, omite por completo la presencia de letras. Inexplicablemente este wholecar, lejos de marcar un tendencia masiva, ha quedado en la historia como un precedente singular que tampoco causó un impacto revolucionario.
Ya entrados en el nuevo milenio y con la aparición del llamado “arte urbano”, la abstracción cristalizaría como un estilo válido dentro del amplio abanico de fórmulas que se desarrollarían en las paredes. A día de hoy las composiciones abstractas son el camino estético de muchísimos artistas urbanos. Pero es precisamente la ausencia de formas y, en concreto la ausencia de letras, lo que nos impide poder etiquetarlo como “graffiti”, a excepción de puntuales intervenciones que se realizan en trenes y metros, como las que ya vimos en este reportaje sobre París.
Si bien ciertos tipos de wildstyle pueden ser considerados abstractos por todo aquel que no consiga leerlos, sabemos que su idea originaria parte de unas letras concretas. Así que, al margen de interpretaciones subjetivas, vamos a echar un vistazo exclusivamente sobre el trabajo de algunos escritores de graffiti que, a pesar de abandonar la forma de las letras, conservan en sus obras ciertos matices estructurales que siguen remitiendo al graffiti.
Casos como el de Eliote son un ejemplo perfecto. Es su rechazo de elementos tan fundamentales en las piezas como el trazo, lo que transforma sus obras en verdaderas obras abstractas que, sin embargo, no pierden la esencia de lo que consideramos graffiti.
Por otro lado tenemos, el trabajo de Spheo, que se retuerce en una dirección muy concreta. Utilizando técnicas de difuminado dignas de las piezas “model pastel” sus creaciones juegan con las texturas de las paredes, generando efectos de relieve que, a pesar de ser ininteligibles, siguen pareciendo representar piezas de graffiti.
La apasionante obra de L’outsider presenta una abstracción mas técnica que figurativa, ya que en sus trabajos no es difícil apreciar el estudio tipográfico en el que se basan. A pesar del resultado expresivamente artístico, no sólo la importancia de las letras mantienen su obra anclada a las ideas más básicas del graffiti; sus herramientas y colores son los propios de los escritores callejeros: MADMAXXX, plata y negro.
El graffiti experimental de Xpome muestra también, en algunas de sus infinitas variantes, recursos que arrastran sus letras puntualmente a cierta abstracción artística. No obstante, su cualidad más destacable es la abstracción conceptual, la cual le lleva a hacer de cada pieza un universo completamente diferente, aislado de un estilo o tendencia concreta.
Por último, merece la pena también destacar el trabajo de Risote. Fiel al graffiti más puro de todos, el tagging, la experimentación extrema a la que somete su firma le lleva a reproducir indescifrables combinaciones de trazos rectos que juegan con diferentes formas de simetría. Una técnica tan personal como interesante.
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