La constancia de buscar lugares nuevos para pintar ha empujado desde siempre a los escritores de graffiti a salir de su zona de confort y adaptarse a los espacios que encuentran. En este caso son Bonim, Harrybones y Musa71 quienes demuestran su versatilidad en estos muros…
Nada es eterno, dicen. Todo cambia y nada permanece. Sin embargo, hay actitudes y comportamientos que permanecen el tiempo y se expanden en el espacio. Los escritores de graffiti lo sabemos. Nos movemos en esa paradoja como pez en el agua. Necesitamos pintar en diferentes lugares, movernos, encontrar sitios nuevos.
Esa necesidad se ve colmada cuando encontramos un lugar abandonado, abierto ante nosotros como un parque de atracciones privado.
Hay algo que nos llama a explorar los lugares abandonados. Ese derroche de espacio, al que se le ha desprovisto de sentido, que esconde secretos susurrados entre ruinas. Donde el pasado se filtra a través de cada roca y de cada grieta. La historia se nos revela remolona en cada paso que damos, luchando por no perderse del todo en el terreno que ha ganado la naturaleza.
Hay una belleza escondida, una nostalgia que atrae a cierto tipo de persona. Pongamos que hablamos del escritor de graffiti.
El escritor, muchas veces sin darse cuenta y más allá del placer de pintar, añade con sus piezas un párrafo nuevo a esa historia que desconocemos. Un nuevo capítulo a disposición del siguiente observador.
Pongamos un ejemplo: Bonim, Musa71 y Harrybones. Pongamos un marco temporal: un fin de semana de noviembre. Pongamos un par de escenarios: una fábrica abandonada y un túnel perdido entre la niebla.
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